UNA VIDA NO ALCANZA
Por
Gilberto Rodriguez
Yo no se si es verdad que uno nace predestinado o no. Poco o nada puede uno creer de lo que oye desde niño y sin embargo esa es la principal base de la fundación de la cultura de un pueblo; lo dicen los abuelos, lo pasan a los padres y estos a los hijos y por ese camino andamos. Los hombres cultos nos dicen que en tal tiempo pasó esto a aquello y que Juan de Todos los Palotes lo dijo así o asao. Y todos tienen alguna razón para validar sus opiniones, al fin y al cabo, si nacemos en Jerusalén no vamos a hablar como un cubano, el entorno nos marca. Yo nunca he oído a un judío ni a un budista decir que ha visto un espíritu o que la virgen se le apareció…después de todo, la virgen también tiene sus favoritos en la tierra. Mi caso es el mío. Y eso es todo lo que yo sé; no tengo otra base de datos porque tanto una universidad como la otra, y aunque te enseñen con el mismo libro de texto, el profesor te va a dar su interpretación de aquel. Quienquiera que tenga siquiera una leve noción de cómo se interpretan las leyes en los tribunales sabe que hay tantas leyes distintas en el mismo documento, cuantos abogados, fiscales, jueces, magistrados y jurados haya en el mundo. Y luego el periodista, el escritor y el leguleyo del barrio. Que dicho sea de paso, y a pesar de los constantes fallos humanos, eso hace que el sistema judicial de USA sea uno de los mejores en existencia, ya que nadie, por alto que sea su titulo o cargo, asume que tiene toda la razón ni tampoco la mejor interpretación de la ley escrita. Siempre hay mas, siempre hay algo mejor.
De esa mal engrasada maquinaria de los pueblos, de lo más humilde de la población, de esos que hasta dios abandonó por algún rincón como a su hijo en la cruz, de ahí mismo vengo yo. Por supuesto entonces, nada supone que yo debo distinguirme del carbonero de al lado ni a las escalinatas del palacio acercarme. Pero nunca he visto a una criatura tan pequeña como un mosquito pedir permiso para sacarle la sangre al emperador que se pone a manos. Para mi nadie es muy grande, y mucho menos, nadie es demasiado pequeño para ser uno en sí mismo y en el conjunto total de la humanidad, tan capaz como el más alto en cuna nacido o en estatura encumbrado.
Cuando yo era niño nunca me reía, era muy tímido y callado, no jugaba y solo me gustaba estar donde los más sabios del lugar se reunían y hablaban. Ese modo de proceder me granjeaba el aprecio de los viejos que nunca me ordenaron abandonar el grupo como hacían con los otros muchachos…y hasta muchas veces daban respuestas a mis preguntas curiosas.
Mi madre me llamaba “El Viejo” y en realidad yo era el más viejo de sus hijos, el primero de muchos. Muchas historias oí; muchas dudas y enseñanzas se incrustaron en mis poros y mucha sabiduría de la parte humana de la carne herida cargo en mis maletas en este largo viaje por la vida. Tanto, que a veces me olvido de quien me dijeron los hombres cultos que inventó esto o dijo aquello, pero no olvido como el anciano pescador enganchaba las sardinas en los anzuelos. Y así he caminado unos pocos metros de distancias y dormido en algunas camas de piedras, cujes y ramajes. En el frio del Ártico también he dormido algunos días. Pero ahí ya vamos llegando.
Yo no sé, digo, si uno nace predestinado, -y repito- pero nunca he sabido que un simple marino mercante empleado a bordo de un barco de una bandera ajena a sus propia nacionalidad pueda ser llamado a realizar obras sumamente lejanas a las de tirar de un cable, reparar y pintar cubiertas y costados del barco. Pero es posible que cuando la tierra fue creada
El creador no sabía que los hombres iban a fabricar barcos y cañones y hacer guerras porque la obscuridad que había en ese tiempo no podía ver la maldad que esas mismas sombras le escondían. Y llegó esta guerra grande. Y los alemanes establecieron unos cuantos puntos de observación para cazar buques Aliados a lo largo de las costas de La Groenlandia, entre otros muchos lugares. Dese esos puntos, cuando los barcos Aliados eran visto, los que así vigilaban, daban el aviso a los submarinos hitlerianos que sorpresivamente les torpedeaban
Y hundían con las consiguientes pérdidas de vida y material. Yo fui a La Groenlandia en uno de esos barcos a quienes los alemanes espiaban, y que tuvo la suerte de penetrar varias veces sin que pudieran hundirlo, pese a que bien que trataron de hacerlo.
Pero un funcionario danés que se entendía muy bien con los esquimales (Inuit, prefieren ellos) recibe información de que existe una pequeña instalación alemana hacia el este de donde estábamos, que tiene un par de docenas de hombres y muchos equipos que ellos nunca antes habían visto. Allí no tienen los Aliados mucho con que poder destruir o conquistar aquella “base”, tampoco se puede atacar aquella supuesta base así a la loca, sin saber si es una trampa tendida, o que significa su establecimiento tan cerca de Christianhaaven, ya que es sabido que se han destruido otras bases de observación similares, o como proceder sin mayor inteligencia sobre el asunto. Hay que investigar; pero…puede que los alemanes si ven a unos esquimales, actúen o no, en su contra, no hay garantías sobre eso. Ahora bien, si los alemanes se imaginan nada más que un rubio anda husmeando por area, saben de inmediato que han sido descubiertos y van a tomar serias y peligrosas medidas. La situación demanda medidas militares de mayor cuidado. Necesitamos un hombre de cabellos negros, de estatura mediana o pequeña y con ciertas habilidades para ir a investigar.
¡Bingo! ¡Premiado eres, Gilberto!
¡Único en su clase, pero, diantres, usa barba!
¡Y…y muy negra esa barba mientras que los esquimales son lampiños!
.
Allá va este pobre cubanito que no sabe hablar alemán, ni inuit, y tiene una tupida barba negra, con tres esquimales como guías acompañantes, una faca (daga portuguesa) por todo equipo y muchas pieles encima. ¡Ah, y una cámara negra, para colmo!
Tres viajes di con aquellos simpáticos hombrecitos que no tenían la menor idea de lo que hacíamos, más allá de que les pagaban con unas prendas de coloridos y algunas botellas de cerveza y comida. Pude fotografiar, yo creo, porque nunca vi las fotos, a unos cuarenta hombres, muchos equipos militares desconocidos para mi, unas ametralladoras, un par de cañones no muy grandes, y una posición ideal para ver el tráfico naval a ciertas distancias.
Allá, al lado de las minas en Ivigtut y en algunos otros lugares teníamos unos US Marines, más que nada levantando construcciones y creo que una refinería. No veía yo, aunque pudieran haber, otros asentamientos militares daneses. De modo que teníamos allí, para lo que yo podía ver, claro está, y nadie tenía porque decírmelo a mí, muy poco para defendernos de aquellos alemanes. A cada viaje se añadían más peticiones. Mira esto, observa aquello, aquella barrica, ¿Qué contiene? ¿Por dónde podemos llegar sin ser vistos?
Yo tenía que buscar respuestas a sus peticiones aunque no supiera una papa del por qué.
Por otra parte, uno solo de los esquimales que me llevaban y traían estuvo siempre a mi lado; los otros eran distintos en cada aventura. Eso me ponía un poquito de recelos en la mochila. Y así se lo comenté a mi capitán un día.
Al día siguiente el Dinamarqués que fungía como jefe Naval y un Teniente Comandante de los US Marines me llevaron a desayunar con ellos al pequeño comedor de la iglesia.
Escucha, muchacho, nosotros estamos muy conscientes de tus preocupaciones y creénos, te estamos cuidando como la prenda más valiosa que tenemos por acá, ya podemos confiar y decírtelo lo que tú estás vigilando es una de las principales bases que los nazis tienen para observar el tránsito de nuestros barcos y girar órdenes a los submarinos de torpedearnos.
Tu vida es el arma que tenemos. Muy cerca de ti anda una fuerza dispersa de franco tiradores que cuida de ti, pero ni preguntes ni mires para ellos si acaso descubres a uno en la distancia. Nosotros estamos seleccionando cuidadosamente a los nativos que viajan contigo para que ningunos aprenda mucho y pueda fallarnos. De modo que ya sabes todo lo que debes saber. ¿Más preguntas? No. Bien, un paseíto más y acabaste esta misión que algún día te premiaran otros si no salimos vivos de esta tú y nosotros.
Uno más. El último. Solo el viejo guía y yo. Oscuridad totalmente blanca, 24 alemanes que se alejaron en una lancha mientras nosotros los fotografiábamos, habían solo quedado unos ocho alemanes solamente allí, una patrulla andaba por la costa más al este buscando algo que no sabíamos que. De pronto se me acerca un teniente americano, creo que Méjico-tejano de los US Marines, prieto como un chorizo. “Hola, mano, ¿cómo te va, mano?”
¡Mal haya, hombre! ¿Quién diablos eres tú?
De los tuyos, mano. ¿Cuántos hay orita mesmo?
Unos diez a lo más, los otros están de patrulla y unos 24 acaban de abordar una lancha.
¡Ah, qué bien!
Pues mire, manito; si ya tomaste todo lo que tenias que hacer, recoge tu guía y repórtate
a la base. Digales, pués, que “I’m going to do it, ¡now!”
De algún blanco punto aparecieron como por arte de magia unos sesenta Marines. Felices aquellos muchachos como si fueran rumbo al carnaval de San Antonio.
Mi viejo esquimal y yo regresamos a unas pieles calientes y un buen vaso de whiskey escocés que sabia a gloria.
El premio fue tan grande que Inger, una chica de raza mixta danesa esquimal, con alguna escuela a su favor me despertó no sé yo cuantas horas o días después, envuelto en pieles y acostado al lado suyo.
Nada más puedo decir de eso, porque todo fue parte de una misión secreta.
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