viernes, 24 de febrero de 2012

La Libélula azul






Las redondas olas sin crestas que recorren a ritmo de vals lento las extensiones del mar en verano arribaban a mis playas rodando juguetonas con las blancas y multicolores ostras que sonrientes las esperaban cual danzarinas sin alas a sus zapatillas mágicas, para jugar.  Sueños de amanecer que las auroras trajeron un  día y que aún son conservados por las gaviotas del norte en sus plumajes de sal… La brisa sopla mortecina apenas moviendo las nubes, y por las arenas de la isla una palmera se luce cual poema en nueva pluma….Hay silencio.  La vida la islita es solitaria; los peces recorren en bandadas los corales en busca de refugio y de alimento, y las aves que de arriba ven los peces bien los cazan.  Cristalina es el agua cercana y verde a la distancia, allá por donde  se alejan los veleros cuando van por las rutas del pirata y la comba azul de cielo toca el agua sin mojarse… El sol se acerca al medio día y calienta un tanto la arenas  de la isla, dándoles a las iguanas la idea de que se han mudado al Sahara.   Me despierto al oír unas tonadas, yo que dormía flotando en mi chalupa después que mi barco naufragara. Silencio había porque aquellas olas que así viajan en verano no hacen ruido, más de pronto mis oídos se alertaron a una voz que no sede quien, de donde y ni como, podía en este océano cantar. Naves no había….

Mi cerebro  enfebrecido por las horas, los días y las noches flotando en el mar sin esperanzas de vivir, me hacia ver grande….grande…grande mi vida.  Las realidades de mi vida se unían a galope en el potro del orate para hacerme creer que todo lo fui, tuve y amé  allí tenia,  y que el agua que no tenia era  el licor y las aves que volaban por arriba eran faisanes que cazaba en mis predios y comía… un poco de locura eran mis horas y alegre navegaba yo y mis  velas seguían impulsando mi velero…. ¡Cuan bella era mi vida es esas horas de locura!...Yo venia de conquistar los Siete Mares, los Polos con sus hielos y sus luces; los trópicos sonrientes y los humeantes montoncitos de piedras que hacen islas, todo era mio.  Mujeres licor y mis anclas, danzas de caderas sin dueños, guitarras dormilonas, y bandoneones que al moverse los tacones que rezóngan sin clemencia mientras que  algún saxofón desde la orilla trasera del camino le adulan a las olas de mis mares… es evidente que llevo el vino de la noche en mi cabeza…. Canta  una mujer…

Estoy enloqueciendo… almirante de mi flota y de mis naves  voy  gozoso por los mares, voy soñando…soy feliz en mis adentros y si el mundo penetrara en mis sentidos me vería el rey de los marinos…. Piratas pasan y sus sables destrozo con mis manos  limpias, puertos nuevos con mis blancas velas y anclas de amores que me conquistan por tantas noches, muelles de blancas frazadas que cubren cuerpos que amarme dicen; vayan las horas de besos grises, de besos verdes de amores muchos… vayan los puertos de mis conquistas  y las propinas que esconden almas porque las damos por más placer. Sueño.

Pero deliro; tal vez ya muerto mi cuerpo allí en el bote yace y es el espíritu mio que  al alejarse siente todavía sus carnes y cree que ama y es amado; cree que vive y ya es pasado…. Tal vez…. Tal vez el tiempo se ha detenido sobre una roca allá junto al faro y desde allí vigila mi alma que pasa.

Oigo una voz de mujer, una leve y distante melodía en la distancia… despierto al fin y me froto los ojos tratando de mirar a través del reflejo del sol sobre las olas y de mis sentidos que acelerados ven las cosas como ciertas, donde me veo como era y como sigo sabiendo que lo era, y vivo en el aplauso de los hombres y los brazos de las bellas mujeres por mi mundo de quijote y de aventuras.

Una cola de pez se ve saltando  a la distancia, después hay otra, y hay muchas otras  y todas mías si las quiero, al fin dueño del mar ya soy.  Pero las dudas me asaltan… sueño, estoy soñando; no, tengo fiebre, mi cerebro me engaña,  mi nave surca el cristal bajo un sol fuerte, la sed me está empujando, la mente anda en hamacas…

Se ve apenas con los ojos cerrados y las fibras del corazón vibrando un letrero que saliendo del fondo de los mares me reta: ¿Me cuentas  si existen las sirenas? 

El canto parece de mujer de voz sutil, y abro los ojos, leo, me burlo de mis propios pensamientos, Estoy loco ya, me digo; tengo mucha sed.  Me mojo las manos para que mi cuerpo reciba un poquito de humedad y no morir deshidratado.  Se acerca aún más la voz…

Aléjate, ¿no ves que estoy glorioso navegando por mis mares  a velas, a solas, a la voluntad gozosa de las olas que me acunan con su amor y sus sonrisas?   No te enamores de mi, le canto  ya que su voz música es, pero cual toro embravecido insiste en correr hacia el torero.

Me atrevo a cantar sobre la borda ya mi cerebro anda entre candelas, y acaso ¿qué más bello que una princesita de una reino que ama y por amar pierde al ser amado y al mar se lanza?

No, Señor; ella no ha muerto, una ballena que pasaba y la oyó llorar por amor se la cargó y allá en la isla secreta de sus mares la enseñó a nadar, la adoptó y le fabricó una cola con la tela que una estrella del mar hizo en el cielo y se la trajo envuelta en una perla.

No terminé la historia cantada cuando a mis espaldas sonaba una sonriente vocecita femenina:

¿Busca usted a alguien…?

Loco como estaba sin saber si era  mujer, estrella o diosa  un beso en mejilla le planté…

Mi sueño se hizo largo y luego despierto allá la playa.

Me cuentan las chicharas que fue mucho, que mi bote había llegado sin sus remos y mi cuerpo transportado por  una sirenita  había carenado a la playa en una tarde de verano, casi muerto.

Una ostra que se me hizo buena amiga me contó que muchos escualos en el camino me atacaron, que ballenas y marsopas me rodeaban y que aquella sirenita allí entre todos, luchando contra sus propios amores del pasado, sus perseguidores insensatos de la aguas, los erizos que le clavan sus espinas y los golpes que las olas me daban contra las rocas firmes del arrecife, cargada conmigo que es pesado y herida por mil dardos de las fieras de los mares y los aires, por la playa me cargó.

Nació el amor.  Creo que locura en mi beso descarado hubo;  y locura en sus labios que empezaron a penar porque allí fuera donde el próximo beso yo le diera.

Salvó mi vida, nació el amor; volaron las gaviotas mientras con el día claro en el cielo surgió un arcoíris cual collar de perlas de Mallorca y una vocecita con tono de ballena enamorada comenzó a tararear una tonada aquí a mi lado.

Tuvimos frio. Esa noche allí en la playa cambió el viento, ella no podía vivir  a mi lado fuera del agua ni yo al suyo bajo el mar, pero la distancia, tan cerca y a la vez tan difícil hizo de nuestro amor una sonrisa cruel para acercarnos… Las tormentas se multiplican, las arenas vuelan  a diario y las olas a veces hacen muy difícil oír su canto y a ella difícil leer mis cuentos de princesitas y luces, de

De carnavales en cielo  y de danzas gitanas sobre la nube que nació en la flor.

Y en medio de las espinas, los filos, las olas, las tormentas, las dentelladas y las envidias nuestras dos alma unidas se pasean nadando alrededor de la isla, medio mar y medio arena; algo mio y algo suyo, y los dos un solo mundo…. Dos no más somos ya uno.  Reyes del mar y de las penas, dueños de los reflejos de la luz sobre las olas, espíritus libres  que sabemos nadar, flotar, cantar, amar…  y de la princesita convertida en princesa y el marino aventurero nació en la isla de las blancas arenas y las caracolas que hablan, el amor más grande del reino de los mares….

Y un día sereno en que sobre el arena, mojados, nos amábamos  apareció en la playa un ser que era el Dios mismo.  Por un momento nos miró 

Se acercó sonriente, levantó la mano y nos indicó a las flores con su dedo al que vino a posarse una libélula azul….

Dios tomó mi mano y la unió a la de ella y sobre las dos manos nuestras unidas plantó aquella libélula azul.

Este es vuestro anillo azul

Juradme que os amareis hasta la muerte y más allá de la muerte cuando lleguéis a mi reino en el cielo.  Juramos.

Lo que Dios en cielo une ningún hombre podrá separar

Os declaro por mi fe, marido y mujer

Y os doy esta libélula como el signo de mi buena fe en vuestro amor.

¡AMEN!

No quiero despertar.




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