viernes, 18 de diciembre de 2009

MI PASAJERO HARAPIENTO

MI PASAJERO HARAPIENTO






Me miró fijo a los ojos; los suyos eran penetrantes, prero tristes. Y nunca antes habia yo visto ojos tristes brillar detrás de una generosa sonrisa.

La puerta de mi camión pemanecia abierta. Para él la abrí. ¿No temes, hermano que te ensucie el auto? ...estoy tan andrajoso...



¿No estámos esperándole, el asiento y yo?



Por aquella carretera transitaban muchos autos, todo tipo de vehiculos; desde lujosos coches convertibles hasta camiones de las mas onerosas de las cargas. Pero nadie paraba. Al fin y al cabo, ¿por y para quién detenerse? la distancia hasta el próximo poblado es mucha, la necesidad comercial de cumplir ciertos itinerarios, la insensibilidad a lo que en nuestro pasajero entorno vemos y, hasta el riesgo de sufrir un asalto a que se expone uno por esos caminos de dios...no; a cada quien con su propia carga.



Yo mismo debia ser un poco mas precavido, pero yo soy asi; y luego dicen que las experiencias enseñan. Tal vez eso sea cierto. Yo no sé; yo vivo sin cuidados de ese tipo. Pese a que ya una vez, hace muchos años, en una carretera de Texas, por recoger a una pobre mujer embarazada en una carretera, fui asaltado, dos dias rodando por la cuneta donde me tiraron, robado y con un puñal en el costado. Debia haber aprendido a no recoger caminantes...

...no sé, no me he preocupado nunca y ni apenas lo recuerdo.

Pero, ¿por qué me preguntáis si aún me duelen las costillas?



Oh, nada, nada, simple curiosidad, crei que el manejar cansaba.. no me haga caso.



Un poco mirando hacia mi lado derecho (precisamente, por donde me apuñalaron aquella vez), y al espejo retrovisor, me iba haciendo una imágen de este pobre hombre. Puro harapos eran sus ropas y sus chancletas hace mucho tiempo que dejaron sus suelas por esos caminos de dios. Pero, he aqui un detalle curioso, este hombre no emitiá mal olor alguno.



¡Hum! Curioso. Sus ojos, fijos en el horizonte allá alante, parecia orar en silencio... pero sus labios no denotaban movimiento alguno. Tuve deseos de hablarle para romper la monotonia del atardecer, pero no tuve valor de perturbar su silenciosa expresión de estar aqui, y muy lejos al mismo tiempo.



¿ Querias decirme algo?



No, -le mentí.



Nada, no me molesta, es mas; me alegra que me hagais preguntas.



No sé cuanto tiempo en el espacio de cien kilómetros a alta velocidad recorrí ese dia, porque ayer, hoy y mañana se juntaron en una cadena sin aparentes eslabones de hojas y flores de una historia que mas pareciera que asistia yo a un cinematógrafo que una conversación entre dos personas ajenas y recién conocidas.



Sus palabras no me daban la impresión de salir de sus labios, pero dentro de mi cerebro cada punto y cada coma sonaban con brillante tintinear de campanilla infantil...al tiempo que, con madurez de rigor.



Nunca me dijo donde queria ir. Tampoco yo se lo pregunté. Y cuando hubimos llegado a aquella ciudad, donde yo nunca habia ido, y cuando fuí a sacar el mapa para ver la dirección a que debia yo llevar mi misión real, mi carga, con su mano izquierda detuvo la mia, como si adivinara mis intenciones y con voz gentil, me dijo: Te queda a unas siete cuadras a la derecha, en la última puerta, al final de la avenida que en forma de cuchillo muere alli.



¿Es usted camionero? ¿O, trabaja alli...? ¿Cómo sabe...?



No; solo que he pasado muchas veces por esos caminos. Y he visto muchos de estos vehiculos llegar hasta alli.



¡¿Oh?!



Un no muy disimulado escalofrio me recorrió los brazos.



No; no soy un inspector disfrazado de mendigo, no; soy solo yo...



No tuve valor de abrir mi boca.



Alli, ese lugar es tu destino; pero para entrar has de ir hasta la otra esquina, virar en redondo y entrar hasta el sótano al regreso.



Confieso que acostumbro a andar solo por las carreteras distantes sin que me asombren ni asusten los encuentros ni las incidencias del camino....pero, este hombre sucio, de cabellos hirsutos, de ropajes infinitamente harapientos, que, por otra parte, no emite esos malos olores que asociamos con el sudor acumulado tras dias sin ducharse en el cuerpo de una persona.

Este hombre que sabe a cada momento cada cosa que he de hacer o decir...



¿Qué y quién es este pobre hombre?



Por favor, me dijo, -déjame en esa esquina.



Cuando se hubo apeado de mi vehiculo se volteó para enfrentarse a mi por mi ventana, y yo crei que me iba a ofrecer su mano en señal de gratitud, pero no, no lo hizo. Solo se detuvo, me miró fijo a los ojos y de nuevo, sin mover los labios, en mi cerebro le oi claramente decirme.



Esa carga de juguetes y adornos de papel de lindos coloridos que lleváis ahi atrás, va a dar un poco de alegria pasajera a chicos y grandes durante tres dias....



Asi parace ser....traté de decir... pero me cortó sin detenerse.



...pero el traerme a mi hasta aqui, a pesar del estado de mis ropas, el recogerme en el camino a pesar de haber sufrido alguna vez la maldad por servir a tus semejantes, constituye el regalo mejor que me han hecho en esta Navidad...



Y se alejó antes que yo responder palabra alguna pudiera.



Y llegada la noche de Navidad, esa noche en que sentados a la mesa, mi familia y yo nos disponiamos a compartir esos manjares que hasta los mas pobres de la tierra tratamos de compartir en honor a la bondad, nuestras vidas comenzaron a cambiar. No sé por que razón, yo que nunca les cuento a mis hijos las peripecias de mi trabajo de chofer de camiones

grandes que recorren el pais transportando varios tipos de mercancias, comencé a contarles el encuentro con este pobre mendigo harapiento que no tenia mal olor....

pero, por dios, algún olor tendria, papá, ¿no?



El olor de los turrones, cerdo, pavo y vino, de pronto se tornó en mirra e incienso, y todos lo notaron...



Mi esposa algo asustada propuso, vamos recemos un "Padre Nuestro".



Y de pronto, sin que nadie le quitara el cerrojo, la puerta se abrió de par en par y por ella penetraron unos seres angelicales cargados de instrumentos, liras, harpas, violines...



Millares de luciérnagas flotaron sobre nuestras sorprendidas

frentes y en medio de una melodia que elevaba nuestros espiritus al no sé donde, el pobre mendigo tomando una copa de vino de la mano de mi hija menor, que se la ofrecia, nos dijo

pausadamente:



Mientras haya en la tierra un hombre de buena voluntad, yo estaré con vosotros.



Y de pronto las luces todas se apagaron por un instante.



Luego, al volver la luz, la puerta estaba cerrada, alli solo estábamos los miembros de la familia, confundidos pero de algún modo serenos.



Y en el centro de la mesa, en lugar de una serie de oropeles comerciales con que hace apenas un instante teniamos decorada la cena, habia sentado un crucifijo pequeño, pero tosco, como hecho por la mano de un artesano sin herramientas filosas. Y en el diminuto pedestal del mismo habia tallada una palabra breve, pero significativa: "¡Luz!"



Nuestras manos encadenadas alrededor de la mesa, y nuestras cabezas bajas humildemente pronunciamos a coro.

¡Amén!



DonGilberto

No hay comentarios:

Publicar un comentario