La Muerte De Una Abeja
Por
Gilberto Rodriguez
Cayó sobre una loza color terracota del piso de el corredor que lleva desde la portada de la reja a las puertas de la sala y la oficina. Boca arriba cayó, delante de mi, apenas a una vara de distancia de mis pies. Yo la vi caer desde la parte alta de una orquidea colgante al húmedo piso. Sus alitas revoloteaban agitadamente y sus patitas se recogian y estiraban a gran velocidad, como quien lucha por ganar su última batalla, y en consecuencia se paraba, daba volteretas, se caia y de nuevo y venia a dar bocas arriba. La atmosfera iba aparentemente absorbiendo el agua y la humedad desaparecia de las lozas a pasos agigantados, pero los tejidos de sus alitas mojados se adherian una y otra vez de espaldas a la superficie del piso.
Como cada amanecer, yo volvia hacia dentro de la casa después de haber regado el jardin y recojido en Diario de la Mañana, cuando la pobre abejita caia ante mis ojos envuelta en una fiera lucha por sostenerse en vuelo, primero, y levantarse después de caida (o caido, que yo no se si era del otro genero). Curioso que soy me agaché alli mismo y comencé a observar al desdichado animalito luchar por su existencia. Siempre he admirado a seriamente a todos aquellos que tratan, que luchan, que no se rinden al primer tropiezo... y este animalito era uno de esos.
¿Tal vez le ha dado un lanzaso a álguien y ahora tiene que morir…?
De chico siempre oia a mis mayores decir que cuando una abeja hinca su aguijón en la piel ajena, ese doloroso instrumento se queda clavado alli mismo, junto con las tripas del insecto y que de ahí este muere….Yo no se de esas cosas…
No vi yo aguijón alguno. De su hocico surgian un par como de tenazas negras. Dos “manos” delanteras muy rápidas, y dos largas patas traseras que parecian servirle de catapulta de canguro, muy negras tambien. (Creo que las abejas tienen seis patitas, ¿no? Yo solo le vi cuatro.) Su cuerpo era una serie de circulos alternados de oro y de negro. Las transparentes alitas eran formadas de una como tela, delicada malla-membrana color oro.
Revoloteaba por momentos, se levantaba y volvia a caer, y de nuevo, de espaldas. Ahora puedo notar que su larga pata izquieda cuelga inerte. Con las dos manos y la pata derecha agarra a menudo la pata lesionada, le da como unos masajes, tira de ella y se revuelca debajo y por encima de la dichosa pata.
Al fin un descanso. Se queda un instante quieta. Pero las alitas se adhieren a la loza por sus dorsos, lo que le impide pararse de nuevo. Y asi pasaron siete minutos y yo en cuclillas.
Una vez mas comienzan los revuelos, pero ahora la pierna izquierda responde y da un poquito de empuje al voltearse.Y mientras tanto los aires parecen anunciar a los buitres insectivoros, de el hecho que una muerte, o tal vez el espiritu de los infiernos que anuncia el final de cada quien, rondan cercanos.
Eso me hace recordar mi niñez allá por los manglares de mi puerto, cuando los aullidos de los perros jibaros, eran recibidos con imprecaciones,- unas productos del miedo a los muertos y otras, de miedo a los augurios,- y maldiciones como estas: “Arrenuncio, perro maldito,” “maldito tu alma…” y muchas mas. Luego pienso en ese canal de televisión llamado “Discovery” y sus programas sobre animales en los desiertos y bosques… Leon, hiena, chacales….
Solo que ahora era una oscura y veloz hormiga.
La abejita descansaba por un instante, agotada tras tanto esfuerzo por levantarse y volar. Varias hormigas negras, de esas a las que llaman, “locas”. Si las llaman, “locas”, recorrian a veloz carrera las lozas de corredor en su eterna lucha por lograr sus alimentos. La hormiga pasa una y otra vez olfateando, pero a no menos de cuatro pulgadas de distancia de la abeja. Y se marcha y vuelve muchas veces. Macabra espera, me digo. Mi mente vuela hacia los años de marinero, a los tiburones, a esos monstruos que de cobardes cierra los ojos ante la sombra y que saben buscar el momento de descuido para atacar a sus victimas, cuando no atacar en pandilla.
Vuelve muchas veces más la abejita a levantarse, pero ahora veo que además de mojadas sus alitas, parece haber un defecto o lesión en la izquierda, lo que le impide vibrar. Pobre que soy poco puedo hacer por el desdichado animalito, porque ¿de qué modo le remiendo las alas yo, si apenas he aprendido a lavarme las orejas….? Mi mente recorre mundos y universos en busca de ayuda. Pobre abejita que nos da miel y cera y ayuda a cultivar las flores y las plantas productivas. Yo he reparado barcos, autos, carretas, y he, tambien reconstruido las alas de muchos aviones y volado en ellos después, pese a lo grandes y peligrosos que son, pero, amiga mia, ¿Cómo remiendo tu alita?
Siguen pasando hormigas…distantes. Y cada vez mas.
Dirijo la mirada hacia un pequeño agujero en el encuentro del muro de la pared y las lozas del piso, hecho alli para desaguar el pasillo en tiempos de lluvia y ahora convertido en tunel de contrabando y paseo por las hormigas. Ya cuento 37 hormigas…. Circulos danzantes de buitres sin alas al olor de la muerte rondando. Pero la abejita seguia viva y luchando. Y yo de cuclillas alli.
De pronto surge creo que para todos, abeja, hormigas y hombre una inesperada sorpresa. Un diminuto insecto cuyas picadas por experiencia propia se que son dolorosisimas, que es infinitamente pequeño, parece una hormiguita negra o achocolatada, tan veloz como un rayo y tan inquieta como las olas del mar. Una sola vuelta y, en un instante en que la abeja descansaba boca arriba el endiablado insectico pega contra la cabeza de la abeja. ¡Zas! La pobre abejita de un salto se endereza y trata de emprender el vuelo. Pero, no; este no es su mejor dia. De nuevo cae mientras patas y manos se sacuden y entrechocan como en una danza macabra.
Y han pasado diecisiete minutos de mi tiempo ya. Y sigo en cuclillas alli.
Siete nuevas hormigas llegan casi juntas y se acercan y comienzan ahora un ir y venir en todas las direcciones. Y en cada paso que dan, se topan unas que van y otras que vienen, y como que se comunican y alegran del festin que les espera. Ya cuento 39 y llegando.
Y la abejita se para por enésima vez.
Solo que ahora trata de saltar con mayor fuerza que antes. Y ya no se ha de levantar mas. Hecha una bolita su figura tiembla y se queda quieta. Muerta…me dije, y esperé un tantito mas. Y como si quisiera agradecerme la vigilia, eleva sus cuatro patitas y las hace vibrar….en un adios que senti.
Yo admiro la naturaleza. Y me descubro ante aquellos que luchan hasta el último cartucho, hasta la última canción, el cielo, el último beso.
Y murió mi abejita. No se si muere por lo que le habia sucedido antes, o si su muerte es causada por el veneno del diminuto villano que le pegó en la cabeza. Pero muerta está…
Siete hormigas se aproximan, miran, huelen, y halan. La abeja pesa mucho y, además las membranas de sus alitas, que son planas y parace que absorbentes, se han adherido ahora a la loza del piso. Siete solas no pueden moverlas. Tres se quedan tratando y cuatro salen a todo correr en busca de ayuda. Y de ahí en adelante mas de cien hormigas trabajan por turnos o alocadamente. Solo once a principio y diecisiete mas adelante, entra y salen y tratan una y otra vez. Por aquí ahora surge una homiga igual a las otras pero tiene la cabeza mas gorda. Recorre el entorno y se aleja. Pero algo cambia.
Siempre hay siete pegadas al muerto, se turnan entre si con las que recién llegan. Pero no pueden con la carga adherida al piso. Mas, las hormigas son muy sabias. De pronto comienzan a quitarle microscópicos pedacitos al tejido de las alas de la abeja, hasta dejar solo el brazo o vara central que cada una de las alas tiene, cual árbol desgajado, de modo que ya no se adhiera al piso, a la vez que les sirve de palanca para cargar en alto el cadaver. Y diecisiete, alternantes inician el transporte.
Mucho esfuerzo tuvieron que hacer para lograr el primer movimiento, apenas les toma dos minutos y medio hacerlo, pero la voltearon y comienza el viaje, o, a mi ver, la procesion funeral. Dos y tres cuartos era la distancia que sobre la lozas tenian que andar antes de llegar al tunel de escape. Unas 42 pulgadas. Pero al camino sus patitas echaron.
¡Ah, pero, y con esa no contaban, un canal entre loza y loza…!
Tú que me leés, observa esas hormigas “locas”…tal vez la humanidad pudiera usar unas cuantas “locas” como esas. Siete hormigas se lanzaron al cemento que sirve de empate a las lozas y, metiendo su cabezas debajo de la cabeza de la abeja, sirvieron de puente al total de sus amigas y la gran carga pasó los dos canales entre las tres lozas a mayor velocidad que lo que el resto del camino podia permitirles ver. Y ahora unas doscientas (ya perdi la cuenta), o mas arribaban y se alternaban a la carga y se besaban con casi todas y cada pase, y en cada centenar encuentros.
Me parece oirlas: “Hola, Pepa, hoy comemos.” :Junica, que bueno”, oye Lola, que banquete”, “suerte, muchachas que esta si es dulce”….. Vaya.
El huequito de la pared es de media pulgada y las varilla de las alas abiertas de la abejita necesitaba mas espacio. Corran, consulten al jefe…..
“Cortenle las varas de las alas. Siete segundos pasaron trantando de hacerlo. Parece que sus dientes y serruchos no eran muy filosos que se dijera.
Y trataron de entrar de nuevo en el tunel, PERO…
Quien haya visto a las multitudes londinenses o brasileñas correr hacia las puertas del estadio al concluir un partido de futbol, sabe lo que digo.
Todos a una; todos a un tiempo…y la puerta es estrecha.
Pero nadie cede…Muchos se revolcaron. Y no creo yo que de alegria.
Y unos instantes mas tarde el funeral de mi abeja traspasaba al fin el muro de la pared.
Yo puede haber ido al patio de mis vecinos para ver el resto de la procesión y el banquete,
Pero una querida voz femenina me sacó del letargo.
Abuelito, ¿qué haces ahí en cuclillas?
Yo llevo ya treinta y siete minutos esperándote en esta puerta y tu ahí…
¡Oh, hija mia, cultivaba una flor…!
Si, en la loza mojada.
Rudo despertar.
©grf2009
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